Los ticos tenemos una costumbre bien curiosa de llamar ayuda a cosas que no lo son. Cuando alguien nos pide un favor, decimos que le estamos ayudando. Hasta ahí bien. Pero cuando alguien necesita contratarnos para un proyecto, también contestamos «sí yo te ayudo con eso». En situaciones más cotidianas también se da mucho. Los oficiales de seguridad de donde vivo, llamaron un día de estos porque Juguete, mi perro, estaba haciendo demasiado ruido y los vecinos se habían quejado. Al contestar, mi novia aclimatada a la cultura tica pero inevitablemente extranjera, les escucha decir: ¿me ayuda con el perrito? Sin entender, le contesta extrañada: ¿qué con el perrito?

La dificultad de una francesa de entender qué quería decir aquel oficial con que lo «ayudara con el perrito», me hizo pensar que el uso que damos los ticos al término «ayuda» es un buen reflejo de cómo manejamos culturalmente muchas circunstancias que nos cuestan o no nos gustan. En el caso de los oficiales, el solicitar «ayuda», es una forma de evitar la confrontación de llamarle la atención a un residente que está haciendo algo contra el reglamento del condominio.

Las ayudas también se presentan en el ámbito profesional y es ahí donde las implicaciones no son tan divertidas como con el perrito. Alguna vez ha escuchado decir a alguien decir «yo les ayudé con el X cosa en ese proyecto». ¿Quiere decir que trabajó gratuitamente, como un favor? No, claro que no. Entonces por qué lo llamamos ayuda? Mi hipótesis es que al llamarlo ayuda logramos dos cosas:

  1. Enmarcamos el trabajo como algo menos transaccional y más relacional. Lo volvemos   más cercano, más amistoso. Yo te estoy ayudando. No me estás contratando, no te estoy vendiendo mis servicios. Te estoy ayudando porque soy muy pura vida o porque me caes muy bien.
  2. Al darte algo (mi ayuda) te pone como el beneficiario en la relación, lo cual después puede ser convocado tácitamente como comodín en caso que la cosa se ponga fea.

Si más adelante no cumplo del todo, o entrego un poquito tarde o no exactamente como habíamos dicho, esa obligación tácita de reciprocidad pone a la parte contratante en la incómoda situación de ser el mala nota. Porque quién podría reclamar a otro que tan buena gente le brindó su «ayuda»? Consciente o inconscientemente esa área gris que creamos al llamar ayuda a lo que no lo es, nos permite relajar un poco los estándares, a protegernos contra la rendición estricta de cuentas.

Pero en esta relación hay total complicidad porque el que solicita en muchas ocasiones también le llama ayuda: «vos me ayudarías con X?» fue el mensaje que recibí de un cliente hace poco. Consciente que los latinos ponemos primero la relación, contesto que sí, aunque todavía hay muchos detalles que no he entendido de lo que me solicita debido a que están ausentes en el correo. Al solicitar clarificación obtengo la respuesta a todos los elementos del proyecto excepto, misteriosamente un elemento. Exacto. El tema del dinero. El incómodo tema del dinero. En este momento yo no sé si apegarme a la literalidad de la «ayuda» y entender que quiere que lo haga gratis, o ser el aguafiestas que habla de dinero cuando todos nos estábamos llevando tan bien y nos estábamos ayudando. Mi cliente lo había llamado ayuda probablemente porque le incomodaba hablar de dinero desde el principio, y yo había accedido. Ahora estaba de alguna forma en deuda y había caído en la trampa. Sé que no fue una intención calculada, sino simplemente la manifestación de esa cultura de ayudas con la que lubricamos las situaciones incómodas.

En esa dinámica de a dos abrimos un portillo para que el que solicita no se sienta mal por pedir, y el que accede gana puntos relacionales para que no lo sometan a un escrutinio muy estricto después. El que solicitó la ayuda y posteriormente la recibió, queda sujeto por universal principio de reciprocidad a devolver el favor de alguna manera, normalmente no siendo el mala nota que reclama cuando la cosa no camina como debería.

Una vez que accediste al juego solicitando, brindando o recibiendo la «ayuda» los límites se vuelven borrosos y por esos límites se te cuelan un montón de cosas. Se te cuela la irresponsabilidad, los resultados mediocres, el que no se pueda contar completamente con alguien. Una vez adentro, siempre por algún lado perdés. Si te ponés muy estricto, sufre la relación porque estás rompiendo el acuerdo tácito de ser pura vida, y si priorizás llevar la fiesta en paz, normalmente sufre el trabajo porque se hizo tarde o se hizo mal.

A los ticos se nos conoce por ser cero confrontativos y dar muchas vueltas para evitar situaciones que nos ponen incómodos. La táctica de suavizar las interacciones y volver ambiguo lo que pedimos y esperamos unos de otros llamando «ayudas» a cosas que no son, podría en ocasiones servirnos para facilitar solicitudes incómodas como las de callar a su perro, pero en otras podría venir con un precio más alto.